Foto: De
izquierda a derecha, Kresta Castellanos, Miguel “Culebra”Vivenes, dos hippies y
Elias Yanez.
Rodolfo Montes de Oca
Venezuela para 1992 estaba sumergida en la peor crisis de
representatividad que experimentaba la socialdemocracia, el descontento popular
engullía en cada esquina de la ciudad, los jóvenes desencantados de la bonanza
petrolera empiezan a buscar nuevos referentes en los cuales albergar su
rebeldía. El punk empieza a sonar con fuerza y un joven citadino se prepara
para tomar por asalto el cielo.
Miguel Vivenes fue un punk que formo parte del Colectivo Rajatabla, un
grupo de jóvenes vinculados a los partidos marxistas-leninistas que hacían vida
en la Universidad
Central de Venezuela (UCV). Su nombre se debe a un café que
se encontraba en el centro cultural Bellas Artes de Caracas, uno de los pocos
espacios de la ciudad donde era tolerada su estética.
Este colectivo fue celebre por mezclar de forma azarosa la estética
punk, el uso de frases e icononos anarquistas con una militancia vertical
propia del marxismo. Su símbolo era una adaptación punketa del logo de la Liga Socialista.
Articularon un circuito al cual bautizaron pomposamente como “rock radical” del
cual salieron bandas como Holocausto, Odio qué?, Venezuela HC, En Contra, 27F , Víctimas de la Democracia ,
Deskarriados, Devastación y Acción Directa; mientras editaban los fanzines Acción
de Masacre o Caracas Resiste y Ataka. Estribillos
como “Cuba Sí… Yankees No” era común entre los “pelo e pincho” que
pululaban en el café.
Culebra como era apodado por amigos o “el llanero” u
“osito” como eran los alias con lo cual lo conocía la Dirección General
Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) era un asiduo
de los “jueves culturales” o las jornadas de protesta violenta que se
escenificaban en la entrada de Plaza Venezuela de la
UCV. Junto
a otros, se dedicaba el cuarto día de la semana a trancar calles y generar
disturbios junto a anarquistas para “sacar músculo” y combatir al sistema.
Sin embargo, la capucha y la molotov no eran suficientes para Culebra. En
la madrugada del 27 de noviembre de 1992, junto a un contingente de civiles y
militares, se adentra hasta las antenas repetidoras de Mecedores en el Cerro el
Ávila, para poder controlar la señal de los canales de televisión y así emitir
mensajes de un grupo de militares alzados.
Pero la conjura había sido delatada, los rebeldes solo lograron
controlar el canal de televisión nacional, trasmitir mensajes por un par de
horas y destrozar el mobiliario de la televisora. La intentona culmina a las 12
del medio día con un saldo de 171 muertos (142 civiles y 29 militares), daños
materiales y una sociedad alterada al experimentar un segundo intento de golpe
de estado en menos de 10 meses.
Vivenes fue condenado junto a 40 civiles por esta nueva tentativa en la
jurisdicción militar, que se sumaba a la iniciada por la logia militar del
Movimiento Bolivariano el 4 de febrero de ese año. La condena fue lapidaria, 14
años de prisión por participar en una rebelión militar.
No obstante, el proceso de resquebrajamiento de la socialdemocracia jugo
a su favor, un año después su causa es sobreseída por el gobierno de Rafael
Caldera, alcanzando la libertad e integrándose al equipo de trabajo del alcalde
de libertador, Aristóbulo Isturiz, hoy vicepresidente de la República.
Pero los días de Culebra estaban contados, fue asesinado en la autopista
al lado de la Base Aérea Libertador
en Caracas, mientras manejaba casualmente un jeep. Su muerte fue objeto de
múltiples rumores, algunos afirmaban que fue un “pase de factura” entre grupos
armados que hacen vida en el 23 de Enero, otros manifestaban que era por una
deuda de drogas, sea cual fuese el móvil de su asesinato, el mismo jamás se
esclareció ni formo parte de las Comisiones de Justicia y la Verdad.
Hoy Miguel Vivenes es un completo extraño para los jóvenes afines al
gobierno que se han formado durante los últimos 17 años de hegemonía
bolivariana. Mientras abundan los afiches y loas a los militares caídos durante
ambos alzamientos, escasamente se sabe de un colectivo que lleva su nombre y de
un mural pintado en una zona popular. La moraleja… El poder mal paga a quien bien
le sirve.