Rodolfo Montes de Oca
Entre los múltiples mitos que existe sobre este
país tropical esta el de ser una tierra rica en bellezas naturales y un lugar
propicio para vacacionar; sin embargo esta visión idealizada de la región se
contrasta con las precarias condiciones que debe afrontar el venezolano si
quiere disfrutar de sus días libres haciendo turismo interno.
Por ello, alejados de las criticas que formula
lo oposición neoliberal y conservadora, que se centra en criticar el alter-ego
de “cheverito” como medio de publicidad gubernamental y por las imposibilidades
de hacer vaciones Hi-tech como el personaje, nos centraremos en desenmarañar la
hegemonía que tiene el proceso en este sector.
El monopolio del
estado
Desde el año 2006 y en plena borrachera del
boom petrolero que experimento el proceso bolivariano, se inicio un proceso de
recuperación de los hoteles que habían sido dado en concesionarios ha
operadores internacionales como Hilton, con la excusa de impulsar una industria
turística popular.
Esta medida de corte populista le permitió al
proyecto bolivariano incursionar en el negocio de turismo, desplazando a sus
rivales trasnacionales y cooptando prácticamente todo el mercado de la industria
del disfrute, a excepción de los pequeños propietarios de posadas o de algunos
operadores internacionales de propiedades multicompartidas como el Hotel Dunes
en Margarita.
Este proceso fue amparado y manejado por el
Ministerio del Poder Popular para el Turismo, cuyo actual representante es
Andrés Izarra, hijo del gendarme William Izarra, cónyuge de Isabel Gonzáles Capriles, bisnieta
del magnate de las telecomunicaciones Miguel Ángel Capriles e hijastra del
candidato de oposición Antonio Ledezma.
Bajo el auspicio y fomento de Andrés Izara se
creo la Sociedad
de Garantías Reciprocas para la
Pequeña y Mediana Industria (SOCGATUR) como una afianzadora
publica que otorga fianzas para garantizar el crédito turístico ante las
instituciones financieras; las cuales están obligadas por Ley a liquidar una
cantidad importante de divisas de su cartera de activo de forma obligatoria a
industrias turísticas, las cuales al no encontrar industrias donde colocarlas
las coloca a través de bonos al estado. Por lo cual el estado venezolana,
haciendo gala de cinismo puro, vende y se paga con la misma moneda, cuando el
dinero que le quita a los bancos lo vuelve a colocar en el sistema financiero,
manteniendo así un ciclo perpetuo de circulación de sus propias divisas y manteniendo
un monopolio sobre la actividad turística.
A esta situación irregular debemos sumarle que
esta cooptación del mercado se realizo bajo las lógicas y la ética propia de
las sociedades capitalistas, promoviendo un turismo depredador que acepta y promueve
las fluctuaciones internacionales de la industria turista, pero con el aditivo
de ser bonchero y de bajo costo para los extranjeros; en el cual se malgasta la belleza venezolana que es
patrimonio de todos en manos de los nuevos colonos del siglo XXI.
Un elemento importante de este monopolio fue el
impulso que significo en la estructuras de la izquierda autoritaria europea y
anglosajona, la ilusión de un proceso revolucionario en el caribe, reviviendo
así la fantasía de Cuba en los sesenta y que fue promovido exitosamente por el
gobierno con los Festivales de la
Juventud o el Foro Social Mundial que fueron exquisitos
bacanales altermundistas.
Como podemos apreciar, el turismo en Venezuela
es una actividad más del gobierno bolivariano, actuando como un patrón dentro
de este ramo lo cual se demuestra con su participación en empresas como
Conviasa y Conferry.
De turismo y anarquía.
Como anarquista nuestra respuesta al turismo
depredador impulsado por el estado venezolano, es del turismo comunitario
sostenible entendido este como un proceso de visita y disfrute comprometido en
hacer un bajo impacto sobre el medio ambiente y la cultura local, contribuyendo
así a generar ingresos y empleo para la población local reagrupada en
cooperativas y mutualidades turísticas.
Este tipo de turismo solidario es una forma de
viajar que se basa en el respeto de los viajeros hacia las personas y lugares
que se visitan mediante un acercamiento profundo a la realidad del país y un
intercambio cultural positivo entre ambas partes. Además de contribuir al
desarrollo económico de la zona con el alojamiento en lugares gestionados por
la comunidad, consumiendo productos de comercio justo y visitando y colaborando
en proyectos comunitarios que allí se lleven a cabo. En definitiva una manera
de viajar que tenga un impacto positivo tanto en las comunidades que visitan
como en el propio viajero, alejados así de la depredadora cultura del turismo
estatal y capitalista.
Un ejemplo de ello es el proyecto de un Museo originario
a cielo abierto en la población de “El Mestizo” sobre un conjunto de
petroglifos que lleva adelante el antropólogo Camilo Morón en la región de Falcón;
en el cual la comunidad llevara la gerencia de este espacio en común a través
de la autogestión y de las decisiones colectivas.
Por ello, es importante avanzar hacia una nueva
conceptualización del disfrute vacacional donde los rebeldes podamos desvirtuar
los costes derivados de las fluctuaciones de la demanda turística y le
arrebatemos el monopolio del disfrute al Estado Bolivariano.